Por la pena entra la peste
Hay algo en el hecho de zambullirse en el agua, de golpe, que le recuerda a mi cuerpo, de golpe, que está vivo. Nadar, ahoga mis penas. Me voy a nadar. Dicen que por la pena entra la peste, yo la peste, la nado, a golpe de crol.
He dormido poquísimo esta noche, mi madre ha encontrado una oración bordada a punto de cruz por mi abuela Paquita que anoche desveló mi sueño y pena. La oración decía:
“Llama siempre a tu madre cuando sufras. Que vendrá muerta o viva si está en el mundo a compartir tus penas y sino a consolarte desde arriba”.
Paquita, había bordado la frase entera dos veces, la tercera la dejó a medias. Las telas bordadas han aparecido en una caja con hilos escondidos. Siento que mi abuela morirá con alguna que otra pena ahogada. ¡Qué pena! No sabemos cuando bordó su pena, su cruz. Solo sabemos que las penas le han ahogado, que no puedo llorar y que no quiere vivir desde hace muchos años, porque siente mucho la pena.
Quizás esta sea la razón por la que nunca me gustó el punto de cruz, esa manera de bordar, de alguna manera, tiene el poder de crucificarte.
Esta noche la pena no me ha dejado dormir. He estado trabajando hasta las 3 de la madrugada, después he soñado con mi abuela.
De mi abuela me hubiera encantado heredar su capacidad de quitar las manchas y de planchar hasta las sábanas. Sin embargo de ella he heredado la capacidad de soportar altas temperatura con mis manos sin quemarme y la fascinación por cómo Zurbarán pintaba la seda salvaje roja de los cardenales.
Llevo tres días con los mismos pantalones blancos que tienen una mancha descarada que han dejado los pistilos de los lirios que hay esta semana en la mesita del salón.
Mi abuela no me hubiera consentido salir a la calle con esa mancha, hubiera ingeniado alguna fórmula mágica para quitar La Mancha, o incluso hubiera inventado algún bordado que supondría la customization de mi pantalón, con tal de que esa mancha no fuera visible, a ojos de nadie.
Ayer hablaba por teléfono con mi madre mientras me compartía fórmulas anti manchas. Yo le decía que había escrito un haiku sobre La Mancha de mi pantalón que decía:
Los lirios
Sus pistilos
Han eyaculado
Sobre mi
El haiku le pareció obsceno, como mi mancha. Me hizo gracia.
Me hubiera gustado heredar de mi abuela o de mi madre esa capacidad para quitar manchas. Pero esa herencia la he rechazo, a conciencia.
Yo me he empeñado en trabajar con las manchas, desde ellas. Yo tengo muy poca vergüenza a trabajar con ellas, se me da bien dignificar las manchas. No las siento como tal. Me estoy cediendo el permiso de hacer ciertas cosas de forma diferente, a la herencia. A mi abuela, a ellas.
En marzo volvía a España con una exposición que lleva por título “Mapas del subconsciente” donde realizaba un estudio sobre La Mancha, su belleza y su metáfora. Sobre la obra escribí:
“El subconsciente es toda aquella información guardada y alejada de la mente consciente y se caracteriza por ser simbólico y metafórico. La ejecución de estos mapas es mi manera de acceder a ese archivo íntimo.
El miedo al olvido, y el miedo al olvido de lo amado me llevó al deseo de homenajear a mis abuelas y también sus oficios: ambas eran modistas.
Mis abuelas usaban telas pobres de algodón para patronar, telas que más tarde se desecharían pero sin las cuales la excelencia del resultado final de aquellos vestidos sería inviable.
Me puse a trabajar esas telas, a tintarlas, a mancharlas con cruces, griegas, y para mi sorpresa, en la mancha del reverso, encontré unos mapas que hablaban de la belleza de lo oculto. Subconscientemente tracé el camino, más tarde aparecieron los mapas”
Todo este hilo no para de sorprenderme. Yo hasta ayer desconocía el punto de cruz de mi abuela y su poema bordado. Es curioso porque muchas de las personas que vinieron a la exposición, se preguntaban si estas obras estaban bordadas a punto de cruz y nada más lejos. Yo no usé aguaja, ni hilos, yo solo usé sus telas, y mis manchas.
Lo que aveces me ocurre, es que me abruma mi capacidad de comprender la pena bordada de mi abuela o de cualquiera.
No se muy bien que más decir, quizás que ciertas manchas, las quiero conmigo, visibles, para no esconder ni olvidar nada, sabiendo que siempre las podré nadar, a diferencia de mi abuela.
Termino esto que escribo después de haber nadado la pena, la pena la he transformado, en suerte, en virtud. ¡Qué suerte la mía!
Con cariño,
A.